David Faitelson / Vuelo 34 David Faitelson (17 septiembre 2024)

La verdad, no sé por dónde empezar. Trato de entender lo que pasó, trago saliva, me tranquilizo y luego volteo a mi izquierda, sobre el asiento 23 F del vuelo 34 que nos lleva a Monterrey. Ahí, tirado sobre la ventanilla, un adolescente llora, solloza, desconsolado mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas: de pronto gira y me dice: "Oye David... ¿y después de esto, seguiremos siendo amigos...?".

Pero, yo no estoy más ahí. Por alguna razón, mi mente divaga y de pronto aparece en aquella explanada del Estadio de East Rutherford, Nueva Jersey, donde México acaba de ser eliminado del Mundial de 1994 en penaltis por Bulgaria y ahí está él, gritándole al policía que intentaba esposarme; "Are you crazy, are you crazy?".

Vuelvo a mirar hacia la ventana del Boeing 787-9. Al fondo, las espesas nubes sobre la Sierra Madre Oriental. De cerca, el chico tiene las manos sobre la cara, me ve y me confiesa: "Extraño mucho a mi papá...". Pero yo busco otra salida, otro vericueto, otra escapatoria y de pronto estamos sentados en la redacción de aquella gran ventana que daba al Ajusco. Éramos jóvenes, fuertes, vigorosos, nos carcajeábamos, nada ni nadie podía con nosotros. "No pongas eso David", me advertía sobre el hombro. "Se va a enojar Billy y le va a llamar a José Ramón".

Estoy ahí, no estoy ahí...

El corto vuelo a Monterrey de apenas una hora parece eterno. Me acerco a él, lo abrazo, le acaricio la cabeza. "Tienes que ser fuerte", le digo. "Tú eres ahora el hombre de la casa".

Y mis pensamientos vuelven a viajar hacia el infinito tiempo. 1998, Francia. ¿Qué haces ahí?, le pregunto gritando... "Te vas a caer", pero él no me hace caso mientras desde lo alto de un árbol intenta grabar el entrenamiento de la Selección de Lapuente que, por enésima ocasión, nos había vetado.

Reacciono, vuelvo al presente. El chico a mi lado tiene los ojos cerrados, pero aprieta con fuerza y mueve nerviosamente sus manos. No esta durmiendo. Sigue sufriendo.

Otro imagen lejana. Seguimos en 1994. Los dos estamos devorando el desayuno que venía incluido en la tarifa del hotel y es que hace días que los viáticos se habían acabado. Y de ahí, hay una imagen que me perturba, que me sacude, que me hace temblar. Sangre y vendas. El mismísimo Dr. Miguel Mejía Barón lo atiende de una aparatosa herida que se ha hecho en el brazo apoyándose sobre la repisa de vidrio de la recepción. "Doctor", le dice mientras el entrenador de la Selección le coloca agua oxigenada. "¿Sería posible que nos adelantara el 11 de mañana?". Mejía Barón se ríe y luego aprieta el vendaje para hacer daño. "No te pases", le dice.

Podríamos pasar horas y horas, páginas y páginas contando anécdotas, remembranzas, momentos que pasé junto a él en los últimos 35 años. La verdad, no estoy con mucho ánimo para escribir hoy...

He perdido esta madrugada a más que un profesional, que un reportero ejemplar, que un comentarista legendario. He perdido también a un amigo entrañable, casi un hermano con el que gocé y sufrí, lloré y viví, aprendí y crecí...

Por fin, el Dreamliner aterriza sobre la pista 11 derecha del aeropuerto internacional Mariano Escobedo...

Con los ojos húmedos y enrojecidos, el adolescente me mira fijamente antes de decirme: "Mi papá no ha muerto. Sigue y seguirá siempre conmigo".

Y sí, André Marín sigue y seguirá siempre vivo en nuestros corazones...

X: @DavidFaitelson_

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