Sindicalismo miope Jorge Suárez-Vélez

 En el siglo 19, surgió el movimiento "Ludita", inspirado en Ned Ludd, un célebre artesano textil de la época. Rechazaban la adopción de telares que producían más rápido y barato, reemplazando mano de obra humana.

Toda nueva tecnología, desde una máquina de coser hasta una computadora personal, provoca pérdida de empleos. En contraparte, la reducción de costos implícita en su adopción les da a todos un mayor acceso a bienes y servicios.

Por ejemplo, gracias a la nueva tecnología agrícola -sembradoras, sistemas de riego, drones, mejor pronóstico del clima, fertilizantes- la producción en EU ha crecido exponencialmente.

En 1850, 64 por ciento de la población trabajaba en el campo, 30 por ciento en 1920 y hoy sólo 2.2 por ciento. Más producción con menos trabajo humano suena deseable.
Pero en EU vemos dos huelgas atribuibles, en parte, al rechazo de nuevas tecnologías. El UAW, el poderoso sindicato de trabajadores automotrices, trata de proteger a sus agremiados de la electrificación del parque vehicular, que promueve Biden por motivos ambientales, porque implica plantas con menos trabajadores.

Yo agregaría que, además, un vehículo eléctrico tiene mucho menos desgaste que uno de combustión interna, por lo que la demanda por automóviles nuevos será menor.

El sindicato exige que los trabajadores sigan cobrando aunque sean despedidos por el cierre de plantas. Además, pide aumentos salariales de 40 por ciento en los próximos cuatro años, y una reducción de la jornada laboral semanal de 40 a 32 horas.

Acceder mataría a las empresas automotrices de EU que apenas empezaban a ser competitivas contra las japonesas y europeas, y que van muy detrás de las chinas en la producción de automóviles eléctricos.

La segunda huelga es la de actores y escritores de cine y televisión que, entre otras cosas, quieren evitar el uso de inteligencia artificial para la producción de guiones y de personajes "no humanos".

Una vez más, ésta se puede limitar por la fuerza en EU, pero otros países aprovecharán la posibilidad de escribir más rápido y de crear contenido más barato, potencialmente comiéndoles el mandado a las productoras de ese país.

Los sindicatos se equivocan. Nunca ha sido buena idea rechazar la adopción de nueva tecnología, y diferirla les resta a los trabajadores la capacidad para familiarizarse con ella, y exigir mejor compensación por lograrlo. Es suicida hacerlo en los albores de la revolución tecnológica más disruptiva en la historia de la humanidad.

Deberían exigir más y mejor entrenamiento para incrementar su productividad, mayor inversión en bienes de capital y en tecnología de punta que los haga más competitivos, y así obtener una mayor tajada de sus respectivos mercados, o incrementar la demanda gracias a menores costos.

Todo incremento en salarios no acompañado de mayor productividad es efímero, a no ser que haya condiciones monopólicas, o que se trate de servicios que se ofrecen localmente. Y, en ambos casos, eso ocurre en detrimento de los consumidores.

En el fondo, el gran problema en EU es que la productividad de su industria automotriz ha caído 32 por ciento desde 2012 (en parte atribuible a la pandemia), y la de la industria manufacturera ha aumentado apenas 0.2 por ciento al año desde 2009.

En el mismo periodo, aumentó 4 por ciento al año en Taiwán, 1.7 por ciento en el Reino Unido y 1.4 por ciento en Alemania. Entre otros motivos, se debe a la mucho menor adopción de robots en EU (a veces, impuesta por los propios sindicatos).

Conforme la población de países industrializados (y de China) envejece rápidamente, sólo se podrán pagar pensiones, y mantener carísimos Estados de bienestar, fomentando procesos de destrucción creativa que fomenten que el capital se mueva rápido a las industrias que generan la mayor rentabilidad y eficiencia.

Eso implica también mejorar radicalmente el reentrenamiento de trabajadores para ganar movilidad laboral y geográfica, pudiendo mover la mano de obra hacia industrias y regiones donde hay demanda por ella.

Si el movimiento ludita no tenía sentido en el siglo 19, en el 21 es el epítome de la miopía.

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